Los protagonistas siempre son las personas que se identifican con una historia, aquellas que conectan su niño interior con el hilo de lo que sucede en la narración, sin embargo, cuando un cuento se crea trae su propio personaje y es de ellos de quienes quiero hablar.

La gran mayoría de los cuentos que comparto tienen siempre un inspirador, algún personaje que me encuentro en mi imaginario, alguno que toca la puerta y me empieza a mostrar cosas que le suceden… a veces, me dejan ver un trozo de la historia, como si de un trailer de película se tratase y luego debo prestar atención para ver lo que pasa y observar qué me quieren mostrar.

Otras veces, en su mayoría, de observar con «ojos de amor», como suelo decir, situaciones del diario vivir, me permiten transformar en cuentos a estas personas de carne y hueso. La gran mayoría son niños que al ir descubriendo la vida, me generan mucha ternura y me inspiran. A ellos, familiares y amigos, les estoy totalmente agradecida. Mi mayor recompensa es saber que cuando leen la historia, se les dibuja una sonrisa o hay un «Me gustó» en sus labios.

En otras ocasiones quienes me muestran la historia son los niños interiores de amigos o personas a quienes he acompañado en algún proceso de crecimiento personal. A ellos también les he visto dibujar una sonrisa cuando se sienten plenamente identificados y el cuento lleva un mensaje que por lo general resuena en su alma porque son mensajes que están llenos de amor.

Si quizás el niño interior de quien está leyendo no se identifica totalmente con el protagonista del cuento, no hay ningún problema, porque al final el alma, en su infinita sabiduría, siempre identificará el mensaje que le alimenta y de paso usará la información en el momento justo, en la situación justa, así de bella es la vida, que haciendo uso de sus leyes, nos recuerda que nunca, nada es casual.