LA SEMILLA

Érase una vez una semillita muy inquieta que le gustaba aprender de la vida y se admiraba con las frutas que eran dulces y que brindaban su sabor al mundo. Vivía fascinada con los árboles que no solo daban sus frutos sino que además daban su sombra y limpiaban el aire. En general se sentía feliz de estar viva disfrutando de todo aquello que la naturaleza de manera mágica y generosa ofrecía.

Pasaba sus días muy contenta en el colegio aprendiendo sobre historia y geografía que la hacían soñar con tierras lejanas y con mundos remotos. En general se podría decir que era una semillita soñadora. Un buen día sus profesores preguntaron si sabían de qué eran semilla, pues al acabar el colegio tendrían que ir a la facultad donde mejor se reflejara su esencia. Ella quedó desconcertada pues nunca se había planteado ser diferente de sus amigas de curso o que cada una fuera una semilla diferente. Sencillamente eran semillas y ella sabía que las semillas en el futuro darían frutos, cosa que la hacía sentir muy feliz y orgullosa, porque como he dicho, le encantaban las frutas, pero nadie le había dicho que debía escoger un camino acorde a su esencia.

Entonces entró en un dilema existencial que no sabía cómo resolver y se vio sin a quién preguntar, pues como era tan buena en las clases no se atrevía a decir que ahora no sabía la respuesta. Empezó a idearse un plan observando su entorno y se le ocurrió que ella debía ser una semilla igual que su madre, así que decidió que ese era el mejor camino.

Llegó el día en que los maestros preguntarían cuál era la facultad elegida y ella se dio cuenta que la mayoría estaban un poco desconcertadas, sin embargo, todas dieron una respuesta y ella a pesar de sus dudas dijo que iría a la misma facultad que su mamá, ese sin duda era un buen plan.

Pasaron los días de cole y se llegó el momento de ir a la facultad. Ella como siempre había sido tan aplicada, no dudó en irse lejos para poder llegar a dar sus frutos un día no muy lejano. Así empezó las clases y se dio cuenta que no vibraba tanto con esos temas, pero decidió seguir adelante, pues a lo largo de su corta vida había aprendido que siempre se debía ir en esa dirección a pesar de la lluvia, de los truenos o relámpagos y fue tan constante en poner toda su energía y empeño en lograrlo que llegó a estar en el cuadro de honor.

Lástima que su corazón no vibraba a pesar de sus triunfos y la semillita empezó a perder su energía vital hasta que enfermó. Tuvo que regresar a casa para que cuidaran de ella. Entonces después de un buen tiempo, decidió intentarlo de nuevo, descubrir de qué era semilla, esta vez en tierras más lejanas, pues había leído mucho y sabía que en esas tierras había semillas que sabían mucho. Sin duda la sabrían orientar.

Tomó un avión y voló a explorar esos mundos de los que le hablaban en historia y geografía y quedó maravillada. Tanto caminó que conoció frutas exóticas, árboles diferentes, semillas de muchos tipos, unas que tenían claro lo que eran y otras que se contentaban con ir al ritmo de los días. Todo la entusiasmaba, le encantaba compartir con especies diferentes, así que tejió muchas amistades por el mundo y sentía que había aprendido muchas cosas, pero no dejaba de darle vueltas en la cabeza un pensamiento: “¿De qué soy semilla?”.

Desde joven y gracias a su inquietud, había descubierto libros que le habían enseñado sobre la naturaleza de las semillas, la forma de sentir y de pensar y había aprendido a auto observarse, sin embargo, a pesar de hacerlo frecuentemente no había podido saber de qué era semilla. Entonces inició un nuevo camino, debía saber de qué era semilla y caminó y caminó preguntando aquí y allá si alguien podía decírselo. Muchos le decían que era sin duda una semilla diferente porque no conocían muchas como ella, algunos se atrevían a decirle con certeza de qué estaba hecha o de dónde provenía, pero nadie le decía de qué era semilla. Fue a tierras aún más lejanas en busca de jardines zen, pues le habían dicho que era una buena manera de descubrirlo. Estuvo en selvas, en bosques, en montañas altas, al lado de ríos y de lagos y conoció muchas formas de vida, sin embargo, su duda seguía igual o más viva.

Entonces llegó un día en que se sintió muy cansada, tanto que ya no se animaba a viajar. Se dio cuenta que llevaba mucho tiempo muy lejos de casa y ya no tenía más fuerzas para caminar. Hacía poco había conocido una semilla que le había dicho que ella había tenido claro de qué era semilla y que también tenía claro cuál era su naturaleza, sin embargo, la semilla lo dudaba pues no veía sus frutos, sin embargo, en medio de su cansancio decidió seguir a aquella otra que le dijo que le podía indicar el camino que la llevaría a conocer su esencia.

Empezó a sentirse aún más agotada y sin ánimos de disfrutar del sol, así que se detuvo a sentir su cuerpo y se dio cuenta que necesitaba un descanso, su cuerpo le pedía parar, serenarse y descansar. No sabía cómo hacerlo, nunca se había parado, siempre había estado en movimiento, porque había aprendido que el movimiento es vida. Entonces desde su cansancio cerró los ojos y pidió ayuda al cielo, ese cielo azul que traía la lluvia, que regalaba el viento, que en todo momento la abrigaba donde estuviera. Oró con todas las fuerzas de su corazón pidiendo un milagro.

Despertó un día con la certeza que debía volver a casa y así lo hizo, dejó todo atrás y con las fuerzas que tenía volvió a casa. Necesitaba el abrazo de los que más amaba y en esos abrazos encontró fuerza, le volvió el aliento y su corazón empezó a palpitar con más fuerza.

Entonces llegó un día en que sintió que necesitaba estar a solas en lo profundo, así que buscó un rinconcito en la casa donde se sentía segura y amada. Buscó el silencio, se refugió en la tierra y decidió dormir un poco, nunca lo había hecho. Se olvidó del mundo, del ruido, de las dudas, dejó de pensar, se dedicó a sentir el contacto de la fría tierra que la acunaba, del sol que envolvía el día, del silencio que permitía sentir el palpitar de la tierra y durmió profundo. Por fin toda ella se relajaba y empezó a soñar. Soñaba que dormía y en ese sueño moría y de ella nacía un lindo árbol que crecía y de ese árbol nacían palabras que al caer animaban a la gente, porque se sentían amados. Vio cómo sus palabras se las llevaba el viento y las ponía en las orejas de aquel que las necesitaba. Vio cómo las palabras eran transparentes y brillaban y aquellas que caían en tierra fértil retoñaban. Eran palabras verdaderas que desde el cielo llegaban y a través de ella se materializaban.

Comprendió que no era ella, que ella no era nada, que debía morir para dar frutos, ser un medio y una aliada, de ese cielo que tanto admiraba y que siempre en cada paso la cuidaba. Se sintió aliviada de darse cuenta de que solo en el silencio retoña la palabra, que su cansancio había traído el deseo del reposo que la llevó a soñar profundo. Que desde su corazón el cielo le hablaba y que aún en medio del ruido, éste siempre susurraba y a través de un susurro le había indicado volver a casa, porque los caminos ya habían sido andados y solo faltaba dejar morir la idea de quien era, permitirse ser ella misma en la oscuridad de la tierra, para que su ser se llenara de su savia. Y en medio del sueño vio que despertaba a una realidad distinta, mas no lejana, en la que cada día bendecida y amada, se alegraba de dar frutos que alimentaban almas.

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