EL LENGUAJE DEL CORAZÓN

Había tantos colores, imágenes y música en su cabeza. Vivía sintiendo la alegría de estar viva en este planeta con mucha fuerza en su corazón. Cada día al levantarse salía corriendo a mirar el sol y al sentir el calor de los rayos en su cara sabía que la vida la acariciaba y cuando el calor del sol la envolvía, sentía cómo la vida la abrazaba. Le gustaba correr por el campo y saltar en los charcos de la lluvia que caía durante la noche dejaba como pequeños espejos en los que veía reflejadas las nubes del cielo. Le encantaba sentarse en el columpio del árbol de la colina y mecerse tan alto, tan alto, hasta sentir que podía llegar hasta el cielo. Cada día visitaba el árbol y buscaba con sus grandes ojos el momento en que volaran los colibríes. Siempre los seguía a toda prisa para ver cómo extraían con su pico el néctar de las flores. Así vivía Azul, embebida en su mundo. Sentía que lo tenía todo, que era muy afortunada. Cada vez que veía una libélula brincaba en un pie y luego en el otro y sabía en el fondo de su corazón ¡que era un buen augurio!  A partir de ese instante abría aún más sus lindos ojos a la espera de ver el cambio que debía llegar.

Un día estando en la colina sintió el aleteo de una gran libélula y vio cómo en el cielo se formaba una extraña nube de un color que antes no había visto y sintió mucha curiosidad, entonces pensó que quizás era un augurio y se quedó contemplando la nube. Estaba tan absorta que no se dio cuenta que de pronto a su lado había aparecido un niño. Era un poco extraño, no se parecía a ella, o al menos como recordaba que era. Era muy delgado y con unos ojos muy oscuros y profundos. No supo qué hacer y se quedó allí clavada observando al niño.

El niño al ver que ella no reaccionaba sonrió y ella hizo lo mismo, entonces él hizo un movimiento con la boca y emitió unos sonidos muy extraños, hizo una pausa y miró a Azul como esperando que hiciera algo. El niño volvió a intentarlo, pero ella no sabía qué querían decir esos sonidos y tampoco si debía hacer algo. Entonces ella pensó en la manera que siempre usaba para comunicarse con los animales y con los árboles y empezó a danzar. Giró sobre ella misma, tantas veces que comenzó a emitir colores. Paró entonces y miró al niño contenta de su danza, pero el niño la miraba con la boca y los ojos muy abiertos. De repente experimentó una sensación nueva, sus mejillas se pusieron muy calientes y rojas y quiso salir corriendo pero, su curiosidad que era aún más fuerte, hizo que siguiera allí clavada con los ojos puestos en el niño.

Entonces el niño volvió a emitir sonidos y le enseñó una manzana verde que tenía en la mano y le sonrió. Alargó más el brazo y ella estiró el suyo para coger la manzana, las verdes eras sus favoritas, así que cogió la manzana y recordó que en su bolsillo llevaba caramelitos, sacó uno y se lo dio al niño. Ambos sonrieron y se giraron al mismo tiempo para ver el relámpago que se había producido y se estremecieron con el trueno que vino después. Ella sabía que venía una tormenta y no sabía qué llovería de una nube tan extraña, así que pensó en refugiarse en la cueva a la que solía ir a jugar y a pensar. Pensó que estaría bien que aquel niño también se resguardara, pero ¿cómo hacía para que viniera con ella? Entonces señaló hacia la cueva y se echó a correr sin darse cuenta de que el niño se quedó allí plantado sin entender. Cuando iba llegando a la cueva se dio cuenta que el niño no había venido y en ese instante empezó a sentir una lluvia muy diferente a las que había sentido y visto hasta ahora. Era una lluvia sin sonido, fría y que hacía estremecer el cuerpo cuando tocaba la piel. Se sintió extraña y no sabía qué hacer. Pensó en regresar a buscar al niño, pero se dio cuenta que ya no estaba al lado del árbol y que la lluvia caía con más fuerza y con más silencio. Entonces experimentó una sensación nueva, todos sus pelitos se erizaron y un pequeño temblor estremeció su cuerpo, así que decidió esperar a que pasara la lluvia.

Se sentó en la cueva que siempre estaba calientita, por las paredes de piedras especiales que guardaban el calor, y así en medio de tanto silencio sintió que Morfeo llamaba a su puerta y no tuvo más remedio que abrirla. Cayó en un sueño profundo y cayó tan hondo que llegó a un sitio muy especial donde estaba su Unicornio. Era muy grande, con unas enormes alas de purpurina y una cola de colores cristalinos. La melena era muy blanca y resplandecía. Al verla se inclinó para que ella pudiera subir y al hacerlo comenzó a subir muy alto, muy alto, en dirección a las Pléyades.

Fue viendo cómo se acercaba a las estrellas y cómo su cuerpo era cada vez más y más ligero y empezó a desintegrarse. De pronto se dio cuenta que era de un color azul translúcido, ¡podía ver a través de su cuerpo! Estaba tan entretenida que no se dio cuenta que habían aterrizado en un hermoso jardín. Miró muy admirada tanta belleza. Las flores parecían hechas de cristal y el agua era de color oro. El viento era muy cálido, como que no soplaba, pero sí abrazaba y olía a casa. De repente vio que había allí otros seres iguales a ella, azules, translúcidos y podía sentir que eran muy sabios y amorosos. Les vio sonreír y escuchó, sin escuchar, cómo llegaban mensajes a su cabeza. Le decían: “¡Bienvenida a casa!”. Estaba muy sorprendida, sus labios no se movían como los de aquel niño y sin embargo entendía lo que le acababan de decir.

“Aquí siempre eres bienvenida. Sabemos que donde estás a veces olvidas que éste es tu verdadera casa y que te sientes sola, pero nosotros siempre estamos allí contigo. Te amamos y por eso los colibríes, las mariposas, las libélulas y las flores que tanto te gustan sonríen para ti. Sabemos que despertarás pensando que es sólo un sueño, pero no es así. Has venido hoy hasta aquí porque por primera vez no sabes cómo comunicarte con otro ser vivo. El niño que conociste se comunica por otro lenguaje que es nuevo para ti. Pero confía, él debe aprender a danzar con colores y tú a descifrar los sonidos que emite. Él también está experimentando, como tú, lejos de casa. Sois valientes y os admiramos. La lluvia que te sorprendió antes es la lluvia del olvido y hará que al despertar no recuerdes tu forma de danzar. Quedará guardada como un tesoro en tu corazón, hasta cuando sientas realmente que la necesitas.  A partir de ahora podrás emitir sonidos y comunicarte como lo hace el niño, forma parte de tu experiencia, sólo que sentirás como que algo has perdido, pero no es así, sólo estará en el fondo de tu corazón, en el mismo sitio en que está la puerta que te trae a casa en cualquier momento”.

Ambos seres sonrieron y Azul se sintió invadida por una sensación de paz y bienestar profundo. Se sentía muy amada y afortunada y levantó la mirada al cielo y se sorprendió al ver 7 soles. El unicornio se acercó a ella y sintió que le decían: “Es momento de volver”. Montó en su unicornio y volvió a volar hacia el cielo, esta vez hacia uno de los siete soles.

Sintió cómo el sol era puro amor y se fue fundiendo en él, sintiéndose una con él y con todo. Con esa sensación de bienestar despertó en la cueva y algo recordaba del sueño. Se dio cuenta que ya no llovía, pero de repente se sintió muy sola. Vio que el sol volvía a brillar y que todo estaba en su lugar, el árbol de la colina, el columpio, las flores, los colibríes, sin embargo, sentía que todo era diferente, sin saber por qué. Comenzó a andar hacia el árbol y vio que, recostado a él, estaba el niño y se dio cuenta también que aún no se había comido la manzana. Se acercó a él y vio que el niño sonrió y luego movió la boca, pero esta vez se sorprendió al entender lo que aquellos sonidos decían. Escuchó un “Gracias”. Abrió la boca con una gran “o” dibujada en sus labios. Pensó un “Gracias a ti” y sin darse cuenta de su garganta salieron sonidos. Se llevó las manos a la boca maravillada y vio cómo el niño sonrió. ¡No lo podía creer, le había entendido! Se sintió tan contenta que brincó en un pie y luego en el otro. El niño rio mucho y le dijo: “¿Quieres jugar?” ella encantada con su nueva capacidad abrió la boca y salió un “Sí”.

Jugaron un buen rato entre las flores y los charcos de silencio que habían quedado tras la lluvia. Rieron mucho, cogieron flores, observaron los colibríes hasta que el sol empezó a ponerse, de repente el niño se quedó con la mirada perdida en el ocaso y dijo: “Yo tuve un sueño en los días antes del ahora, un sueño muy especial. Jugaba contigo en otro tiempo y otro espacio, el color de tus trenzas era otro, pero sé que eras tú”, y se giró para sonreírle. Ella pensó que aún no sabía su nombre, entonces le preguntó: “¿Cómo te llamas?”. “No lo recuerdo” respondió él y se le borró la sonrisa de la cara. Azul experimentó una gran tristeza y un deseo enorme de ayudar a su nuevo amigo a recordar su nombre. Entonces tuvo la sensación de que ella también había olvidado algo, no sabía qué era, pero estaba segura de que así era. Le extendió la mano y él se puso en pie. Quedaron, uno frente al otro, mirándose fijamente a los ojos. Sonrieron y continuaron así compartiendo el silencio, el olvido y el cariño que se estaba gestando. Entonces un suave murmullo comenzó a elevarse desde el fondo de su corazón, sintió cómo se abría una puerta y la invadía un deseo enorme de moverse, sin dejar de sonreír ni de mirar sus ojos, empezó a mecerse suavemente como si desde muy lejos llegara una dulce melodía. Una vibración fue corriendo por todo su cuerpo cada vez con más intensidad, entonces se dio cuenta que su amigo empezaba a sentir que la vibración lo envolvía y empezó también a moverse. Cada segundo que pasaba la sensación iba a más y empezó a sentir que un recuerdo volvía a ella, fue tal la alegría que, sin soltar las manos, brincó en un pie y luego en el otro y esta vez su amigo la imitó, así la alegría también fue a más y vinieron las risas y la melodía se hizo más fuerte hasta que los dos resultaron danzando.

Era una danza que salía del corazón de ambos. Los ojos brillaban, sus labios sonreían y sus cuerpos no paraban. Estando así, Azul recordó que ese era su lenguaje, era así como hablaba con las aves, con el cielo y con la vida. Empezó a girar sobre sí misma y su color azul se hizo más brillante, más intenso, cerró los ojos y así pudo ver que su amigo al girar era amarillo. Él giraba también sobres sí mismo y entre los dos se hizo un verde precioso que todo lo iluminó. Al parar al cabo de un rato, abrió los ojos y él estaba allí sonriendo, con sus ojos negros brillando. Esta vez no abrió la boca, pero Azul en su cabeza escuchó: “¡Gracias!¡Soy Amarillo!”.

 

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